lunes, 14 de octubre de 2013

UN GIGANTE: EL JILGUERO DEL HUASCARÁN

Escribe: Jorge Rendón Vásquez

Jilguero del Huascarán, imagen de vídeo.
Lo vi por primera vez en el Coliseo Nacional, una carpa circense alquilada por el empresario César Gallegos para la presentación de artistas folklóricos, levantada en la esquina de los jirones Bolívar y Cangallo, de La Victoria. Era un domingo otoñal de 1961.

El Jilguero del Huascarán vestía un atuendo semejante al de Luis Pardo, el Robin Hood de Chiquián: sombrero de paja de anchas alas, camisa blanca cerrada con un pañolón rojo, poncho tejido marrón, pantalón de montar y botas abrochadas. Inició su número con el huayno de su autoría “Soy ancashino, señor…”, acompañándose con su guitarra. Era una voz clara, de altos tonos y desbordante de autenticidad y alegría, realzada por esa rara simpatía natural que se llama “ángel”.

Los miles de provincianos instalados en las graderías lo escucharon arrobados y, cuando terminó, estallaron en aplausos interminables, contemplándolo con admiración y agradecimiento.

Fue mi hermano Roberto, amigo de los folkloristas —a quienes había llevado a la Casona de la

Universidad de San Marcos a actuar en sus patios, desterrando así para siempre el rancio acartonamiento oligárquico que aún infestaba sus claustros— quien me presentó a Ernesto Sánchez Fajardo, que tal era el nombre del Jilguero del Huascarán. Unas semanas después, un domingo por la mañana a comienzos de 1962, él vino a mi pequeño departamento en uno de los bloques de El Porvenir, para hacerme una consulta jurídica. Tenía entonces treinta y cuatro años. Me llamó la atención su mirada intensa, inteligente y limpia. Vestía traje con corbata y su trato era amigable y de una cortesía nada afectada. Simpatizamos en el acto. ¿Qué le había sucedido? El empresario del Coliseo del Puente del Ejército lo había hecho firmar fraudulentamente un contrato que se renovaba año tras año a voluntad de éste con el mismo estipendio. Resolví el caso, apretándole las clavijas al aprovechado empresario (lo que en el caso quería decir hacerle saber que podía denunciarlo por estafa) seguido de un acuerdo dejando sin efecto ese contrato. Y así comenzó mi amistad con este gran hombre.

Solíamos conversar de la música y la letra de las tonadas que componía. Una de las mejores había sido el hermoso huayno: Marujita, por el que en 1960 le otorgaron el Disco de Oro. Lo había grabado en la serie que integraba el long play Carrito del gobierno, editado por el sello Odeón. Con él había ganado el corazón de una linda joven cantante cusqueña de ese nombre con la que se casó.


—¿Sabe la canción Granada? —le pregunté cierta vez—. Al responderme afirmativamente le pedí que la cantara. Lo hizo. Su voz, con un registro altísimo, vibró de maravilla. Pero no era su género. Seguimos conversando. Ernesto Sánchez Fajardo demostró ser un rebelde con causa. Sus pensamientos tenían la factura y el realismo de las piedras preciosas en bruto, trabajadas por la vida dura que había llevado desde niño en Bambas, distrito de la provincia de Corongo, donde había nacido, y luego como vendedor ambulante de La Parada, mientras alternaba sus ofertas a viva voz con sus huaynos cantados ante ruedas de curiosos oyentes. Le dije sin ambages que debía mejorar la construcción de sus versos, y él me respondió con un gesto de gratitud. De mi pequeña biblioteca extraje una gramática de Andrés Bello y se la ofrecí. La recibió con naturalidad, aunque no sin sorpresa. Era un enorme volumen con una terminología no tan simple, pero él se la llevó contentísimo.

Continuamos viéndonos. Hacía mucho que había dejado el comercio. Ganaba bien con su trabajo de artista, en presentaciones personales y con la edición de discos que se vendían por cientos de miles. A veces me resultaba difícil creer que este hombre tan sencillo y afable fuese el gigante de la canción folklórica peruana a quien las multitudes provincianas aclamaban como un semidiós en los coliseos de Lima y en las plazas, salas y estadios de los pueblos.

Pero él no sólo las transportaba con sus canciones al maravilloso ámbito de la ensoñación y las raíces nunca olvidadas; también les transmitía el mensaje de la reflexión y la protesta social. Fue tal vez el primer compositor de música popular peruano que transitó decididamente por este camino. Quería que las mujeres y los hombres del pueblo emergiesen de la ignorancia de su condición social y de la desesperanza hacia la claridad de la liberación. El preludio visual a esa didáctica era su atuendo de Luis Pardo. En su chuscada “Verdades que amargan”, por ejemplo, los llamaba a reflexionar con él, con mayor elocuencia y eficacia que los más inspirados panfletos. En cada verso suyo latía la indignación, la cólera y las ganas de lanzarse a la acción, largamente incubadas. “Al que roba cuatro reales / la Justicia lo estrangula / pero al que roba millones / la Justicia más lo adula.”


Fundó el Sindicato de Artistas Folklóricos del Perú, del que fue Secretario General, y la Federación Nacional Folklórica del Perú, de la que fue Presidente.

Convencido de que la educación y la formación profesional son las palancas del progreso material, cultural y social se empeñó en promover la creación de una universidad en Ancash. Hizo campaña a favor de este propósito desde su programa radial “El cantar de los Andes” para remover un proyecto de ley encarpetado varias décadas y, ante la indiferencia de los partidos políticos representados en el Congreso, convocó a los residentes ancashinos en Lima a una manifestación que tuvo lugar el 20 de mayo de 1968 en la Plaza San Martín. La compacta multitud, que se desbordaba por las esquinas, aplaudió, emocionada, su conceptuoso discurso y coreó su canción “Clamor ancashino”, con cuya letra reclamaba la creación de esa universidad. Pero los congresistas, concienzudamente atareados en vender al país, fingieron ignorar ese clamor. ¡Total, para ellos, era un asunto de cholos! La Universidad de Ancash fue creada, finalmente, por el Decreto Ley 21856, del 26 de mayo de 1976. Es posible que después sus profesores y estudiantes hayan creído que ella apareció por generación espontánea. Graduados con honores en el curso de ingratitud, ignoraron cuánto le debían al Jilguero del Huascarán.

En marzo de 1972, cuando me desempeñaba como asesor del gobierno de Juan Velasco Alvarado en el Ministerio de Trabajo, y estaba elaborando el proyecto de Ley del Artista hice incluir en la comisión de consulta a Ernesto Sánchez Fajardo, Tania Libertad de Souza y Teresita Velásquez como representantes de los géneros musicales peruanos. Me ayudaron mucho, informándome sobre las modalidades y otros aspectos de su actividad profesional. Así salió la Ley del Artista y del Intérprete 19479 el 25 de julio de 1972. Era un tiempo en que se trabajaba para el pueblo y los trabajadores, rápido, bien y sin alharaca. Volví a llamarlos para la elaboración del proyecto de Reglamento de esta Ley, que también salió poco tiempo después. Fueron las primeras normas de protección de los artistas e intérpretes, cuyo contenido pervive en las normas que vinieron luego.

A comienzos de 1978, Ernesto Sánchez Fajardo me visitó para confiarme una inquietud. El jefe del FRENATRACA, un partido de provincianos en su mayoría de Puno, le había pedido incluirlo en su lista de candidatos para las elecciones a representantes ante la Asamblea Constituyente. Yo le dije: —Es una oportunidad para usted y para hacer algo por el pueblo, y sería un valioso apoyo a ese grupo que requiere candidatos con arrastre de votantes. Creo que usted podría salir gracias al voto preferencial. Aceptó la candidatura y fue uno de los cuatro representantes de este partido electos.

Me pidió después que lo ayudara en su labor parlamentaria. Así se definió la que él emprendió en la Asamblea Constituyente. Gracias a su iniciativa y gestión se incluyó en la Constitución de 1979 las normas siguientes: “El Estado preserva y estimula las manifestaciones de las culturas nativas, así como las peculiares y genuinas del folklore nacional, el arte popular y la artesanía.” (art. 34º); y “El Estado promueve el estudio y conocimiento de las lenguas aborígenes. Garantiza el derecho de las comunidades quechua, aymara y demás comunidades nativas a recibir educación primaria también en su propio idioma o lengua.” (art. 35º). Por supuesto, estos artículos no pasaron a la Constitución de 1993, aprobada por un Congreso constituido por los de arriba y sus lacayos.

Luego de esa excursión jurídica, siguió componiendo sus huaynos y chuscadas, tan caudalosamente como el río Santa. Le cantaba al amor, a la naturaleza, a la vida, a la madre, a los pueblos y al pueblo, con pinceladas de picardía andina. Era su manera de ser. Pero nunca se dejó obnubilar por lo baladí. Sabía que el núcleo de su vida era el huayno de protesta, lo principal, como artista y como hombre. En el huayno Al compás de mi guitarra empleó como
estrofa introductoria la primera del poema Martín Fierro seguida de sus reflexiones: “Siento, de veras, a mi patria en manos de los burgueses / ¡caramba, cuántos reveses los pobres han de soportar!. […] ¡Arriba, arriba Patria querida! / y los peruanos de corazón / no permitamos la mala vida de la Nación.” En su huayno Túpac Amaru II invocaba: “Oíd peruanos este mensaje / de aquel baluarte de la Nación / luchaban esas generaciones / por vernos libres de explotación.” También en su tonada con ritmo de carnaval cajamarquino Torito, contra las corridas de toros, surge este mensaje subliminal: “Torito, torito / toro valentón / has muerto luchando / en tu propia ley. / Tal vez con los siglos / reviente tu hablar, / entonces, entonces, / te harás respetar.”

A las diez de la noche del 23 de diciembre de 1988, un automovilista embriagado segó su vida a los sesenta años. Acompañaron su cuerpo a su postrera morada sus familiares, amigos más cercanos y colegas folkloristas. Los dirigentes de los innumerables grupos pretendidamente izquierdistas ignoraron esta muerte, y, por lo tanto, a ninguno le asomó la macabra idea de convertirla en un mitin aglutinante de sus retazos.

A Ernesto Sánchez Fajardo, “El Jilguero del Huascarán”, le han levantado un monumento en la plaza del distrito de Independencia de Huaraz, frente al Paseo “Pastorita Huaracina”, María Alvarado, una grande de la canción popular ancashina. Es el homenaje del pueblo a los suyos. Pero creo que es aún muy poco para tributarle el reconocimiento que merece por lo que fue, como compositor de una infinidad de canciones y como cantante popular, y, sobre todo, por lo que hizo a favor de los de abajo. Ernesto Sánchez Fajardo fue uno de los grandes del Perú.
                                                                                                                                         (14/10/2013)

sábado, 12 de octubre de 2013

Eduardo Galeano: El "descubrimiento" de América y la historia oficial

Inserto este interesante  artículo de Eduardo Galeano sobre el “Descubrimiento de América” y las mentiras que hasta hoy se repiten sobre la condición cultural de los sojuzgados durante el dominio colonial hispano. La implantación de idioma, religión y costumbres que colisionaron frontalmente con todos los grupos humanos que residían en el “Nuevo Mundo”, modificó pero no destruyó costumbres y sabiduría que se ha mantenido a pesar de las sangrientas campañas de “extirpación de idolatrías”. Siglos de dominación colonial muestran aún sus secuelas en la mentalidad de muchos que añoran “la madre patria”. Cuando se le pregunta por sus raíces históricas, ignoran y rechazan la sabiduría ancestral de las dos grandes civilizaciones que emergían en el nuevo mundo: maya e inka.

¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él la descubrió los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían, ¿no existían? Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos? ¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos? Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía? Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar.

Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes  de razón. Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran indios de la India. Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era parte del Asia. El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua. El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe. Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar.


"Primer desembarco de Colón" 
1862. Óleo de Dióscano Teófilo 
Puebla. Ayuntamiento
La Coruña.
Los conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de Oriente. 

Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos. En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho. En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos. En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas.

Anglería, que escribió la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón, y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros. 

El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas. Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y cuando huían les cortaban los tendones. 

Eran conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro de cada Plaza Mayor.
Batalla de Otumba, según lienzo de 
Tlaxcala, México.
 Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos.

Pero este Requerimiento de obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima. 

Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el "Día de la Raza". Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo? En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera 
Estatua de Hernán Cortez donado
por España a México con motivo
de los 400 años de su "descubri-
miento". Rechazada,  fue 
"donada" al Perú como
"Francisco  Pizarro".  Fue retirada
de la plaza contigua al Palacio
de Gobierno de Perú, pero se exhibe 
en un lugar discreto. Comparativa-
mente es como si la estatua 
de Hitler se expusiera en la
plaza central de Tel Aviv.
por inyección. ¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra? Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro. ¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien, violaciones? 

Quizás el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
-¡Nosotros seremos cada vez más!
-¿Con qué mujeres? -preguntó el jefe indio.
-Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.
Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de Europa. Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces. Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower.


jueves, 3 de octubre de 2013

NUEVO LIBRO SOBRE GUAMÁN POMA POR ALFREDO ALBERDI VALLEJO

Por: Roberto de Alva

Hemos tenido la ocasión de conversar con el doctor Alfredo Alberdi Vallejo y ver el sumario de su nuevo libro sobre el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala. El autor, en este nuevo libro trae novedades. Alberdi Vallejo ha tenido la gentileza de responder a nuestras breves preguntas que reproducimos.

¿Cuál es el título de su nuevo libro sobre Guamán Poma, cuándo saldrá a la venta y en qué editorial?
Mi nuevo trabajo se titula: “El mundo está perdido. Influencias de Acuña y Arteaga en el ideario de Guamán Poma”: Circulará el libro, si no hay inconvenientes, a partir de octubre del 2013. Pondrá a la venta la “Editorial de las Ciencias de Berlín” (Wissenschaftlicher Verlag Berlin – WVB, 444 páginas) que distribuirá mediante librerías (Shop) y Amazon a un precio asequible para cualquiera.

Algunos estudiosos de Guamán Poma, afirman que hay influjos del mercedario Martín de Murúa en el cronista indio, ¿qué nos pude decir al respecto?
Los estudiosos también tienen el derecho a equivocarse. En verdad, en la obra de Guamán Poma casi nada existe de la influencia de Murúa, sino que el fraile Murúa aprovechó muchos de sus datos (relatos) y algunos dibujos de la mano del cronista quechua. Para mí en cambio habría la posibilidad de afirmar: “los influjos de Guamán Poma en Murúa”.

En el nuevo libro usted presenta “el documento gemelo de la Nueva Crónica.” ¿Podría explicarnos qué manuscrito es aquel?
Cuando escribo sobre los influjos en la obra de Guamán Poma, me estoy refiriendo a los contactos directos que tuvo el autor quechua con algunos funcionarios coloniales. Trabajó mucho tiempo como traductor al servicio de Juan Pérez de Gamboa en las minas de Huancavelica y más tarde, laborando Guamán Poma como lengua de la Real Audiencia de
Abusos por corregidores 
 dibujados por Guamán Poma.
Lima en 1588, viajó al servicio del oidor Pedro Arteaga de Mendiola a la visita de las mismas minas de Huancavelica. En esa ocasión el cronista firmaba como Lorenzo Anchachumbi, asimismo, con los nombres Felipe Lorenzo o Felipe Lázaro Guamanchumbi o Anchachumbi (el mismo don Felipe Guamán Poma de Ayala) que trabajó de traductor también para el oidor de la Real Audiencia de Lima doctor Alberto de Acuña quien, estando en Panamá, escribió un “memorial en 1598” que dirigió al Consejo de Indias una extensa descripción de los numerosos abusos cometidos contra los indígenas por los funcionarios españoles coloniales, los encomenderos, los curas, y los mismos caciques nativos. Este documento “gemelo” contiene 43 capítulos cuyos puntos fundamentales son las quejas que también están en la parte de “Buen gobierno” de Guamán Poma; en algunos puntos del memorial de Acuña, al parecer, discrepa Guamán Poma, pues esto demuestra que no es una copia textual de ninguno de ellos, al contrario, nos estaría presentando que ambos autores conocían sus pensamientos para criticar o acogerlos. Guamán Poma tendría este documento tal vez de modelo para agrupar en su crónica los títulos comunes como: Iglesia, curas, mineros, encomenderos, españoles, indios, curacas, negros, entre otros.

En su libro está el tema de la “conquista” del Perú por Pizarro, que esa empresa militar estaba subvencionada por el banquero alemán Jakob Fugger. ¿Qué puede decirnos del asunto?
Existe suficiente documentación del siglo XVI donde consta que el Perú estaba “hipotecado” por “ocho años” al banquero alemán Jakob Fugger, según un acuerdo con la Corona hispana firmada en 1531; de ahí que Pizarro no podía disponer el reparto de las tierras sino hasta después de 1539. Nos preguntamos: ¿En el año de 1532 y siguientes, con el oro de Atahualpa, con las joyas de los templos de Pachacamac, el Qorikancha del Cusco, el templo del Sol de Vilcashuamán, etc., habrían pagado la deuda militar española al banquero alemán? Casi nada se sabe sobre este asunto económico de esa lejana etapa, pero en el futuro, las generaciones venideras, tal vez tengan la tarea de aclarar este panorama poco visible en la historia peruana.

Hay temas nuevos en el libro como la “contradicción de la perpetuidad de los indios” y la utopía del conde de Aranda y la distopía de Guamán Poma de los “cuatro reinos” ¿podría en breves palabras aclararnos al respecto?
Los Habsburgo (en castellano la Casa de los Austria) tenían una deuda fabulosa contraída con el banquero Fugger desde la elección de Carlos V como Emperador del Sacro Imperio
La colonización fue brutal contra
la resistencia inka.
Romano Germánico, pues para saldar esta deuda Felipe II, hijo de Carlos V, decidió estudiar la posibilidad de “vender hombres y tierras” de por vida a los encomenderos, es decir que esos señores serían dueños perpetuos de tierras e indígenas y aquellos podían hacer y deshacer de su propiedad. Contra este proceder hubo una reacción de los principales nativos cusqueños, de ahí que se llame “la contradicción a la perpetuidad”. En cuanto al caso singular del planteamiento de Guamán Poma quien luchaba por la Nación nativa libre del colonialismo y la devolución de las tierras a los indígenas, el cronista quechua propiciaba los “cuatro reinos de naciones y castas”: una “Nación de indígenas”, la “Nación de Guinea o negros”, la otra “Nación de moros o Turcos” y la “Nación de Roma o cristianos”, es decir se levantarían Naciones–Estados soberanos, con una economía tipo empresas concentradas en las comunidades nativas. Mientras en el siglo XIX, para evitar la Independencia de las colonias de América, el conde de Aranda propugnaba una monarquía de “cuatro reinos” absolutista así para volver a levantar al viejo colonialismo que se caía a pedazos.


                                                                                                                Berlín, octubre de 2013.